Pito, Pin Floi y Guaguau

 

Pito nació un fin de siglo,
próximo a su muerte.
Su padre un pintor corpulento;
haraganes eficientes los hermanos;
su madre una señora encantadora.
Estirpe de grandes narices y pelo enrulado,
habitaban un complejo
de caprichosa arquitectura, símil conventillo.

Las mañanas en lo alto
entre el follaje de un pino placero
para eludir la escuela.
Cinco años boletines enmendados.
Los niños pasaban grados;
Pito cataba drogas,
robaba cosas de poco valor,
vendía falsos porros a fumadores incautos.

Peleador feroz y desleal,
ladrón de quienquiera o lo que fuese
atrayente o trocable por coca,
asumió un destino de malviviente
y tatuó en su mano los cuatro vértices
y el punto medio de los ladrones.
Al tiempo se afanó
en mantener su enorme nariz blanca,
y pareció perder los párpados.
Sobrevinieron juntadas de cables
de automóviles, huidas, tiroteos,
noches de gira y asaltos, breves
y reiteradas estadías en la sombra,
un perpetuo nadar en lo oscuro.

Una bala, Pito, espera en algún lado.
Pito sabe, disimula, pide al cielo
el don de la puntería y la sangre helada.
Y continúa sus fechorías con una orquesta desafinada
de apodos malandrines divertidos.

Pin Floi no tuvo infancia:
su casa, un ring techado
donde combatió a su padre.

Corto y macizo como el mármol de una lápida.
De cara aindiada, mirada torva y sangre caliente,
inspiraba desconfianza hasta de espaldas.
Las venas de sus brazos marrones
como el antiguo arroyo Sarandí
(hoy corre a la sombra de un tubo
igual que los pensamientos del Loco Floi).

Un suceso memorable: una reunión.
Pito y Floi, una noche cerrada
frente a un bar durmiente, la persiana
levantada en la esquina,
adoquín y azotar la vidriera.
Un golpe, un golpe, otro más y estalla el cristal.
Adentro la caja, whiskies, pastillas,
demora innecesaria, ineficaz:
dos autos grises, cuatro hombres altos,
dos armas largas, y esposas
para los bandidos desatentos.
A dormir reos, casi soñar.

Guaguau fue quizá más hábil,
menos heroico. En sus delitos
no sumaron muertos ni cómplices.

De pelos negros, cortos, duros, como espinas;
ojo derecho desobediente;
como un nene de seis años,
los dientes de adelante
ausentes sin vergüenza.

Nació una inundación y creció ahogado.
Guaguau se escondió del hambre
y fue a la escuela a buscarse
amigos y mala fama.
Fue expulsado adolescente.

Valiente como brutal,
incapaz de tolerar un desafío,
rompió caras y costillas.
Llegaron a sus manos,
como la mugre a las uñas,
pastillas, armas, dinero ajeno,
algunas mujeres y algún hijo.

Guaguau, bandido discreto
pero indócil y violento
como el Loco Floi y Pito.
Guaguau, que no fue preso
más de lo que somos todos.