El Andaluz

 

Padre pescador, presa de las aguas.
El destino del hijo, olas,
horizonte, redes, mundo.
Atrás un rastro de espuma,
el nombre, y la madre devota
de la Virgen del Carmen.

Chapucea todas las lenguas
con acento de Granada:
altamar y el coro de las estrellas;
Sol de Marruecos, humo de hash;
las negras del Cabo; hombre muerto,
en el Líbano, una puñalada.
Comercio de whisky y cigarros,
canto de coplas, jura de mentiras,
detrás queridas, malentendidos,
un surco de espuma…

Constante deriva, estrella de náufrago,
desembarcó en la Boca. Un temporal,
un tormentoso amorío lo arrastró tierra adentro,
y en la mezcla de barros de Dock Sud y Sarandí,
lo dejó varado largo rato.

Hizo changas, amigos, se hizo fama
de charlatán divertido, aventurero;
se dio a la bebida, a la beneficencia,
y terminó durmiendo en autos que le dejaban
al tapicero, al mecánico, al chapista.
El acento, la barba gris, hechos hilachas;
su robusta pequeñez perdió vigor.

Una mañana, en la Saladita, lloraba,
mojado, tambaleante, al borde
de caer otra vez; lo sostuve.
La del Carmen, hijo, dijo.
Te juro por la Luna, Reina del Agua,
apareció mi patrona, “que estaba enterrado
en vida”, “que el mar es mío”, palabra…

Un día me di cuenta, pregunté,
no se lo veía hacía cuánto.
Me dijeron que fue,
que encaró hacia la costa,
cortó amarras de años,
echó por tierra el lastre,
y en el incendio de sol del horizonte
se hizo al agua, un surco…
Se hizo humo.