9am. nublado en El Jagüel, pedaleaba por Evita y frené en una parrilla, para orientarme sobre Arenales, que no entraba en mi mapa, y porque escuché al señor decir «ruda y caña».
Un mostrador ocupaba todo el frente; de uno y otro lado, una ronda de mate. La doña cebaba sentada a una mesa; el parrillero empezaba su ritual del fuego y le convidaba la bebida del 1º de agosto a una chica con campera de Pepsi, y otra señora amiga en la vereda. En un cartel tallado se leía «En la parrilla del Negro manda El Negro». La chica de Pepsi aceptó el trago y le gustó.
Buen día, ¿están tomando caña con ruda?, me metí. Yo tengo preparada en casa, pero me olvidé de tomar antes de salir. El Negro me invitó una copita. De una botella llena de planta, que venía macerando hacía un mes. Muchas gracias, ¡salud!
¿Le pregunté a la chica si también levantaba pedidos? Pero no, el marido le había mangueado la campera a un repositor o un camionero. Me indicaron cómo llegar a la calle Arenales, del otro lado del arroyo. Muy agradecido, salí pedaleando, con un gustito herboso y dulzón a tierra y contento.